domingo, 3 de mayo de 2009

Jesús Buen Pastor

Hoy, domingo 03 de mayo, la Diócesis de Ciudad Guayana celebra la presencia de Jesús Buen Pastor. Nos unimos a las Fiestas Patronales de la Parroquia eclesiástica que lleva su nombre, ubicada en el Sector de Las Batallas en San Félix, con la Comunidad y su Párroco Jorge Carreño, acompañado por las Hermanas Salesianas y el Grupo Misionero Jésús Buen Pastor.


También recordamos y tenemos presentes al Seminario Inter-Diocesano, Jesús Buen Pastor, ubicado en Ciudad Bolívar, a sus Sacerdotes, Profesores y Seminaristas.

No podemos dejar pasar, que el viernes 1 de Mayo, día del Trabajador y de San José Obrero, la Parroquia San José Obrero estaba de júbilo por sus Fiestas Patronales, y aún más, cuando el Diácono Antonio Fuentes, era incorporado al Clero Diocesano al haberle sido concedido el Orden Sacerdotal de manos del Obispo de Ciudad Guayana, Mons. Mariano José Parra Sandoval. Desde aquí, nuestras oraciones y felicitaciones.

Tal día como hoy, la Iglesia en el mundo celebramos la Jornada Mundial de las Vocaciones Sacerdotales y de Vida Consagrada. Es por ello, que desde este medio, nos unimos al Santo Padre Bedicto XVI en la plegaria por la permanencia en la vocación sacerdotal, consagrada y por todos los jóvenes, que habiendo escuchado a Jesús Buen Pastor, han decidido seguirle más de cerca.





MENSAJE DEL PAPA PARA LA XLVI JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES.
3 DE MAYO DE 2009 – IV DOMINGO DE PASCUA

Tema: « La confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana»



Venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,Queridos hermanos y hermanas:
Con ocasión de la Jornada Mundial de oración por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, que se celebra hoy Cuarto Domingo de Pascua, me es grato invitar a todo el pueblo de Dios a reflexionar sobre el tema: La confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana.

Resuena constantemente en la Iglesia la exhortación de Jesús a sus discípulos: «Rogad al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38). ¡Rogad! La apremiante invitación del Señor subraya cómo la oración por las vocaciones ha de ser ininterrumpida y confiada. De hecho, la comunidad cristiana, sólo si efectivamente está animada por la oración, puede «tener mayor fe y esperanza en la iniciativa divina» (Exhort. ap. postsinodal Sacramentum caritatis, 26).

La vocación al sacerdocio y a la vida consagrada constituye un especial don divino, que se sitúa en el amplio proyecto de amor y de salvación que Dios tiene para cada hombre y la humanidad entera. El apóstol Pablo, al que recordamos especialmente durante este Año Paulino en el segundo milenio de su nacimiento, escribiendo a los efesios afirma: «Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, nos ha bendecido en la persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor» (Ef 1, 3-4).


En la llamada universal a la santidad destaca la peculiar iniciativa de Dios, escogiendo a algunos para que sigan más de cerca a su Hijo Jesucristo, y sean sus ministros y testigos privilegiados. El divino Maestro llamó personalmente a los Apóstoles «para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios» (Mc 3,14-15); ellos, a su vez, se asociaron con otros discípulos, fieles colaboradores en el ministerio misionero. Y así, respondiendo a la llamada del Señor y dóciles a la acción del Espíritu Santo, una multitud innumerable de presbíteros y de personas consagradas, a lo largo de los siglos, se ha entregado completamente en la Iglesia al servicio del Evangelio.


Damos gracias al Señor porque también hoy sigue llamando a obreros para su viña. Aunque es verdad que en algunas regiones de la tierra se registra una escasez preocupante de presbíteros, y que dificultades y obstáculos acompañan el camino de la Iglesia, nos sostiene la certeza inquebrantable de que el Señor, que libremente escoge e invita a su seguimiento a personas de todas las culturas y de todas las edades, según los designios inescrutables de su amor misericordioso, la guía firmemente por los senderos del tiempo hacia el cumplimiento definitivo del Reino.

Nuestro primer deber ha de ser por tanto mantener viva, con oración incesante, esa invocación de la iniciativa divina en las familias y en las parroquias, en los movimientos y en las asociaciones entregadas al apostolado, en las comunidades religiosas y en todas las estructuras de la vida diocesana. Tenemos que rezar para que en todo el pueblo cristiano crezca la confianza en Dios, convencido de que el «dueño de la mies» no deja de pedir a algunos que entreguen libremente su existencia para colaborar más estrechamente con Él en la obra de la salvación.

Queridos amigos, no os desaniméis ante las dificultades y las dudas; confiad en Dios y seguid fielmente a Jesús y seréis los testigos de la alegría que brota de la unión íntima con Él. A imitación de la Virgen María, a la que llaman dichosa todas las generaciones porque ha creído (cf. Lc 1, 48), esforzaos con toda energía espiritual en llevar a cabo el proyecto salvífico del Padre celestial, cultivando en vuestro corazón, como Ella, la capacidad de asombro y de adoración a quien tiene el poder de hacer «grandes cosas» porque su Nombre es santo (Cf. Lc 1, 49).



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